martes, 29 de octubre de 2013

MI HIJO NO COME...






Autora Cristina Martínez Bernal:

Licenciada en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca.
Especialista en Máster de terapia familiar y de pareja por la Universidad de Salamanca.
Número de colegiada: CL-03654 


La alimentación puede causarnos dificultades tanto por exceso como por defecto. La obesidad infantil ya ha sido un tema abordado con anterioridad, sin embargo, lo que hoy os planteo son las dificultades que muchos padres de hijos “malos comedores” afrontan a diario.

Este es un tema que alarma mucho a los progenitores, el hecho de que un niño no coma como “es debido” asusta por la posibilidad de verse afectada su salud y desarrollo. Si pensamos por un momento lo que suele suceder en estos casos es que la alimentación se restringe a muy pocos alimentos y a veces las cantidades pueden ser pequeñas para su edad, sin embargo no podemos perder de vista que el niño come. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que si partimos con miedo de que pueda enfermar, nuestro margen de maniobra a la hora de acabar con este problema se verá disminuido por no decir que desaparecerá.

En primer lugar sería necesario descartar la posible existencia de cualquier enfermedad que esté interfiriendo en el apetito, eliminando esta opción tendremos claro que habrá que abordar otros temas.

Para empezar, forzar al niño a comer no es la solución, esa es una batalla perdida. Seguramente la hora de la comida suponga una agonía para todos los miembros de la casa. Es lo primero que se debe modificar, los padres han de hacer caso omiso a ese momento, olvidar el miedo a “la que se pueda montar” y actuar con seguridad, los niños lo perciben enseguida.
Debemos conseguir cambiar el cómo se ha relacionado hasta ahora el pequeño con la comida, para ello hemos de enseñarle que la comida es interesante, que se puede disfrutar de ella, incluso llegar a ser divertida.
Ya que forzar a comer algo que no nos gusta no  es la solución, la aproximación a nuevos alimentos ha de ser paulatina, hemos de averiguar las preferencias de cada niño y qué alimentos semejantes que no consumía previamente se pueden ir incluyendo.
Es muy útil involucrarle a la hora de la preparación de la comida, no sólo en el momento de cocinarla, también confeccionando un menú y en su compra.
Es más fácil que el niño acepte nueva comida si previamente se ha acordado con él y ha colaborado en su elaboración, desde luego no vamos a dejar que el menú sea elegido exclusivamente por él, los padres han de tomar la última decisión pero previamente se pueden escuchar sus sugerencias y por ejemplo, a la hora de comer se puede poner un primer plato que no le guste tanto con un segundo que le agrade, lo mismo con la cena. Buscaremos su compromiso, las primeras veces que pruebe algo nuevo con algún premio y también se establecerán las consecuencias de no cumplir con su nuevo compromiso.
Si a la hora de la verdad el niño no cumple su parte del trato y no se come el menú que hemos acordado previamente con él, entonces es el momento de retirar algún privilegio que no tenga que ver con la comida. Esto ha de hacerse sin entrar en discusiones, recordándole que ya se había hablado con él de esto y que conocía lo que iba a pasar si no cumplía su parte del trato. NADA MÁS, no hay que dar más explicaciones.

Por otro lado es importante que los padres atiendan a una serie de cuestiones que son fundamentales y que tienen que ver con lo que ocurre en el momento de la comida:
-¿existe un horario que marque las horas de las comidas? Las rutinas hacen el mundo predecible y todo más sencillo.
-¿comemos todos juntos?, es un buen momento para servir de ejemplo y de modelo a seguir.
-¿está la televisión encendida? En ese caso sería necesario apagarla para que os pudierais centrar en lo que está ocurriendo. La hora de la comida es un tiempo que se puede aprovechar para educar a los niños.
-¿es un rato agradable? ¿Podéis relacionar el momento de comer con tiempo de disfrute?
-¿el niño está distraído con otra cosa?

Modificar un hábito siempre requiere tiempo y grandes dosis de paciencia pero si se persiste y no se pierde de vista el objetivo la meta está al alcance de todos.


He de añadir que no nos ha de pasar inadvertido que los niños no disponen de la capacidad de expresión que tienen los adultos, suelen manifestar las cosas que les ocurren y preocupan de una forma distinta y un medio que pueden utilizar es el momento de comer, en ese caso sería recomendable buscar la ayuda de un profesional con el fin de evitar que el problema vaya a más.