A la hora de
emprender cualquier cambio en nuestra vida, cuando éste es buscado, los seres
humanos nos ilusionamos, o al menos así suele ser. Esta vivencia, emoción,
sensación o como queramos llamarla la hemos podido sentir al emprender la vida
de casados, iniciar un trabajo, cambiar de ciudad, pasar del instituto a la
universidad, y en una infinidad de situaciones. Al iniciar una dieta o al pensar en iniciarla pasa
igual. Pero existe otro tipo de ilusión que puede convertirse en un arma de
doble filo: la ilusión de control.
Casi todos
nosotros creemos que lo que nos rodea es controlable, que podemos ejercer
nuestro control sobre lo que acontece, incluso cuando no es así. Por ejemplo,
cuántas veces nos hemos enfrentado a algún reto, como un examen, y al no
superarlo hemos pensado que “no estábamos bien preparados”, o que “no se
adecuaba a lo que esperábamos”, o incluso “que no era tan importante para
nosotros”, mucho antes que pensar que no teníamos capacidad para superarlo;
estos pensamientos no son otra cosa que un intento de controlar lo que sucede a
nuestro alrededor; pensando “no estaba preparado” estoy diciendo entre líneas
“con un poco más de preparación lo conseguiría”, es decir “tengo control sobre
ello”. Más allá de este ejemplo, cuando alguna desgracia sucede a nuestro
alrededor, o conocemos alguna catástrofe por los medios de comunicación,
intentamos enseguida buscar alguna explicación “le ha pasado esto porque no se
cuidaba”, “esas catástrofes sólo ocurren en países muy lejos de aquí”;
nuevamente intentamos percibir el control que ejercemos ante cosas tan
incontrolables como las fuerzas de la naturaleza o adversidades azarosas. Todo
esto es fruto de la
ilusión de control, que es justamente eso: percibir control
sobre lo que no se está ejerciendo un control real.
Todos somos
muy conscientes de las influencias de nuestras acciones sobre el medio, pero no
lo somos tanto sobre las influencias del medio sobre nuestras acciones.
Realmente
motivarse para hacer una dieta es, en principio, sencillo. Hay muchas razones,
y de peso, que nos pueden poner en marcha en este fascinante proceso: conseguir
una buena línea y resultar más atractivos, mejorar nuestra salud, prevenir
futuras enfermedades. A todo esto se unen pequeñas metas más específicas como
bajar el colesterol, entrar en aquellos pantalones que nos sentaban tan bien,
sentirnos más ligeros al caminar o dejar de escuchar a nuestra pareja o madre diciéndonos
“tienes que hacer dieta”.
Como
vemos, son muchos los motivos que pueden llevar a una persona hasta proponerse
hacer dieta, y son motivos suficientes si uno está ya planteándoselo, lo haga o
no después.
Muy
bien, pues con una, o más de una, de estas razones y sintiéndonos cargados de
energía cogemos el teléfono y pedimos cita para visitar a nuestro dietista.
Hasta
aquí todo va realmente bien: nos hemos dado cuenta de que tenemos motivos para
hacer dieta, sabemos que necesitamos ponernos en manos de un profesional para
ello, nos sentimos con ganas y, además, ya hemos pedido cita. Y todo esto, por
supuesto, porque vemos que es posible conseguirlo, sentimos control sobre ello.
Justo
llegados a este punto se puede producir un momento crítico: el doble filo de la
ilusión de control, que hace un momento nos hacía ver posible bajar de peso.
Todavía faltan unos días para que acudamos a la consulta de nuestro dietista y,
sin saber muy bien por qué, uno nota que aquellos pantalones que nos quedaban
tan bien y en los que queríamos volver a entrar ya están un poco pasados de
moda, o que seguimos estando igual de ágiles (bueno, quizás un poco menos, pero
es que también somos un poquito más mayores), o que el médico exagera al
hablarnos de nuestro colesterol y que basta con no pasarse con los embutidos y
la bollería durante una temporadita para que todo esté de nuevo bien, o que
somos así porque es nuestra tendencia, o que no necesitamos ya gustar a nadie,
o que, por el contrario, tampoco estamos tan mal.
Bien,
en el párrafo anterior se acaba de colar nuestra ilusión de control para
empezar a jugárnosla. Claro, si dejo de hacer excesos durante un tiempo y con
ello mejoro mi colesterol, si me compro otros pantalones (eso sí, que no estén
pasados de moda), si soy de una determinada constitución y esto es invariable,
si encuentro que no estoy tan mal, entonces ¿para qué voy a hacer dieta?.
Bueno, pero ya he pedido cita.
Sin querer
hemos abierto la puerta a la posibilidad de que quede justificada nuestra
retirada del tratamiento dietético si encontramos que nos supone esforzarnos un
poco, olvidando todos esos motivos que nos invitaban a ponernos manos a la
obra. Esta situación, una vez más, la vemos bajo nuestro control: “no es que yo
no pueda comprometerme o llevar a cabo la dieta, es que realmente tampoco era
algo tan importante para mí”. Pero recordemos, sólo el hecho inicial de estar
planteándonos ponernos a dieta ya indicaba que era algo importante para
nosotros.
Cuantos de
nosotros se pueden ver reflejados con los siguientes pensamientos relativos al
abandono de la idea de hacer dieta:
·
No estoy
preparado.
·
No es el
momento.
·
Tengo
muchas cosas entre manos y no puedo hacerlo.
·
Sí,
necesito perder unos kilitos, pero me privo de los dulces y el pan y ya lo
tengo hecho.
·
A mí las
dietas no me funcionan, yo retengo líquidos.
·
Yo no lo
puedo controlar, es inútil que haga nada.
·
Esta es mi
constitución, siempre voy a tener esta tendencia a coger peso.
·
Si hago
dieta perderé dos pero recuperaré cuatro. A mi las dietas me hacen efecto
rebote.
·
Yo es que
no tengo fuerza de voluntad.
·
Etc.
Esos
pensamientos que hemos colocado como ejemplo no son otra cosa que distorsiones
cognitivas, pensamientos erróneos, que van a ayudarnos a seguir sintiendo el
control cuando fallemos y, por tanto, a relajarnos. “No es que no pueda hacer
dieta, es que ahora no es el momento; cuando sea mi momento ya podré”.
Ya hemos
salido de la consulta de nuestro dietista, y la verdad es que nos ha gustado,
nos ha presentado el plan de trabajo muy bien y nos convence, creemos que todo
va a ir sobre ruedas y sin nada de esfuerzo (ilusión de control), pero también
nos viene a la mente que tenemos demasiado trabajo ahora, que no somos tan
constantes como pensamos, que tampoco pasa nada si no lo hacemos a la
perfección porque es una cosa que hacemos porque queremos, que no lo
necesitamos tanto, o que, bueno, con que mejoremos un poco es suficiente y que
menos es nada (distorsiones cognitivas que más tarde servirán de caldo de
cultivo para generarnos la ilusión de control si fallamos).
Estos
pensamientos y muchos otros, que contribuyen a que pasemos de sentirnos
motivados y con energía a ver nuestro proyecto como algo secundario y sin tanta
importancia, aparecen en nuestra cabeza sin previo aviso cuando y cómo quieren,
como si se tratase de alguien que nos está incordiando. Hace algunos años,
cuando era alumno en el Hospital de Plasencia, durante una sesión de terapia de
grupo una paciente denominó a este tipo pensamientos “el amargavidas”, y resultó ser muy útil percibirlos como algo
externo con nombre propio, por esto puede ser buena idea que en este caso
nosotros los denominemos “el
amargadietas”, de esta forma podremos referirnos a ello en futuras
ocasiones.
El
amargadietas comienza a trabajar desde el principio y fuerte, aunque no nos
demos cuenta. Si no le controlamos podría hacernos fracasar incluso antes de
empezar. Qué ocurre con todas esas personas a las que parece que no les cuesta
nada hacer dieta, pues que tienen, sin saberlo, a raya al amargadietas.
Hasta aquí
hemos visto cómo siempre existen motivos importantes cuando nos planteamos
hacer una dieta para llevarla a cabo, hemos visto también que existe un
fenómeno llamado ilusión de control que puede hacernos ver qué podremos
perfectamente hacer bien la dieta pero que también puede hacernos creer que no
es importante o necesaria para nosotros, de esto último se encarga lo que hemos
llamado amargadietas.
¿Qué podemos hacer?
Cómo hemos
dicho, el amargadietas empieza a trabajar temprano, puede que incluso antes de
decidirnos a hacer dieta. Para librarnos de su mala influencia podemos hacer
algunas cosas que, aunque simples, resultan efectivas:
1) Escribir las razones que nos llevan a hacer
dieta y colocarlo en un lugar visible, para recordarlo a menudo, es un buen
comienzo. Si tenemos más de una razón podemos incluso colocarlas por orden de
importancia o asignarles un valor de 0 a 100. Ejemplo: Mejorar mi salud (80), tener un aspecto físico más atractivo (60), etc.
Estas son
nuestras razones, nuestros motivos para hacer dieta, son importantes para
nosotros porque pensarlas ha sido suficiente para que nos planteemos hacer
dieta, y de hecho si la hacemos habrán sido razones suficientes para comenzar
el tratamiento dietético. Esto será algo de lo que el amargadietas intentará
hacernos cambiar de opinión.
2) Externalizar nuestros pensamientos erróneos
sobre la dieta o nuestra capacidad o interés para hacerla. En esto se basa
el que hayamos puesto nombre a los pensamientos negativos, en colocarlo fuera
de nosotros. Puede resultar útil crear nuestra propia representación del
amargadietas por medio de un dibujo, muñeco o cualquier otra cosa.
3) Estar muy atentos a esos pensamientos
erróneos, observar bien cuándo y cómo se manifiestan. Debemos estar muy
atentos a qué cosas son las que nos dice el amargadietas y cuándo y cómo nos
las dice, a fin de conocer muy bien los mensajes que nos enviará todo el tiempo
para hacernos fallar.
4) Rebatir los pensamientos que nos empujan a
fallar en el desarrollo de la dieta. Una vez que tenemos bien reconocidos
los mensajes que nos envía el amargadietas debemos rebatirlos para que pierda
su fuerza. Para ello, teniendo delante la representación que hemos hecho de él,
podemos hacer en un cuaderno una tabla que tenga dos columnas; en la de la
izquierda escribiremos todas aquellas cosas que el amargadietas nos diga y en
las de la derecha escribiremos la contestación que nosotros le damos para
rebatirle, como si se tratase de un debate. Ejemplo: Amargadietas: “No estoy preparado para hacer dieta, no es el momento”.
Nuestra replica: “Si me sigo diciendo que no estoy preparado y que no es el
momento nunca encontraré el día de hacer bien una dieta” o “si me he puesto a
dieta es porque precisamente es el momento para ello, si lo dejo más difícil
será después”. Cuanta más réplicas demos a cada una de los mensajes que nos
envía mejores resultados obtendremos para silenciarle.
Con estos
sencillos pasos estaremos reactivando una y otra vez las razones que nos
llevaron a plantearnos hacer dieta y estaremos desarticulando los pensamientos
que pueden poner en riesgo nuestra constancia, refrescando así continuamente
nuestra motivación.
AUTOR: Rubén Pérez-Elvira
Licenciado en Psicología por la Universidad de Salamanca.
Especialista en Neuropsicología clínica por la Universidad Pablo Olavide.
Número de colegiado: CL-3622.