AUTOR Rubén Pérez Elvira
Psicólogo
Los seres humanos somos perfectos
anclándonos en el pasado.
Algo debe haber de excepcional para que esto ocurra
porque lo cierto es que lo hace en todos los ámbitos de nuestra vida.
Quizás
sea la seguridad de lo cierto, ante lo incierto del futuro, y es que desde
luego el homo sapiens no está diseñado para ser tolerante con la incertidumbre.
Cuantas veces hemos aconsejado a algún
amig@ sobre “olvidar un desengaño amoroso”, o le hemos animado a “pasar página
por alguna vieja disputa”, o le hemos “insistido para que venga con nosotros a
una cena de amigos prometiéndole que no sería como aquella última vez…”.
La forma en que el ser humano se enfrenta
a su realidad está mediada por su interacción con el mundo, el futuro
y el propio yo. De esta tríada, llamada tríada de Beck, parten, quizás,
todos los filtros con los que cada uno de nosotros percibe la realidad y a
través de los cuales organizamos nuestra actuación sobre ella.
En esta entrada nos centraremos en parte
en el yo de la tríada de Beck.
A lo largo de nuestra historia vamos
acumulando experiencia, experiencia de todo tipo, que no tiene porqué ser ni
mejor ni peor, es tan sólo la nuestra. Pero poco a poco, esta experiencia
nuestra nos va dando la base para interpretar la realidad que nos rodea y lo
que nosotros haremos en ese medio, en esa realidad. Así, no significa lo mismo
la palabra “mar” para una persona de Ribadesella (o cualquier otro pueblo
costero) que para alguien de Guijuelo (o cualquier otro pueblo del interior).
Las vivencias que cada uno de los habitantes de uno y otro pueblo han tenido
referidas al mar son, con toda probabilidad,
muy diferentes, y de este modo la misma palabra evocará recuerdos bien
distintos.
Pero bajemos a un nivel más cotidiano. Cualquiera
de nosotros que haya ido una vez a la ópera y no le haya gustado, que haya ido
por segunda vez con el mismo resultado, e incluso haya acudido por tercera vez
sin diferencias en el resultado pensará que es algo poco divertido y no
volverá, y sin embargo mucha otra gente disfruta de la ópera. Puede que en el
primer caso se trate de alguien que ha tenido tan mala suerte que a las tres
sesiones de ópera que acudió resultaron ser representaciones de óperas menos
divertidas, más serias o más “duras”, casualidad o no esto habrá configurado
sus conductas futuras relativas a la ópera. Esta persona habría establecido un
filtro, sí, un filtro porque sólo deja pasar parte de lo que seguramente sea la
ópera, y es a través de ese filtro por el que percibe la ópera como algo
aburrido, y desde esa percepción que ha
generado programa su conducta en relación a la ópera (no volver nunca más)… Que
experiencias tan distintas habrán tenido las personas del segundo caso, los
amantes de la ópera, ¿verdad?.
Un motivo muy bueno, buenísimo, para no
someternos a una intervención dietética es de hecho haber tenido ya experiencia
con muchas dietas. Esto es lo mejor para aprender a no hacer dieta…haberla
hecho muchas veces. Parece paradójico ¿no?, que el tener mucha experiencia con
dietas nos haga más difícil hacerlas.
Claro, llegado cierto punto y tras mucho esfuerzo y poco
rendimiento ya hemos aprendido que hacer dieta es pan para hoy y hambre para mañana, aunque a lo que estamos
acostumbrados con las dietas es más bien a lo contrario: hambre para hoy y pan
para mañana. De esta forma, nuestro filtro sólo deja pasar información del tipo
“perderé peso ahora pero ya lo cogeré más adelante”.
Es este un lastre tremendo a la hora de
aligerar nuestro peso: tener bien aprendido que la dieta es igual a esfuerzo
pero no siempre a rendimiento.
Nuestro propio yo se ve atado a otros
pesos que ralentizarán o pararán nuestro avance hacia la consecución de
nuestros objetivos, en este caso nuestro peso ideal.
Todos tenemos un concepto de nosotros
mismos que hemos ido creando a partir de la experiencia y de nuestra relación
con nuestro medio. Este concepto se compone de lo que somos y percibimos que
somos, y de lo que querríamos ser (y es cuando hay mucha distancia percibida
entre ambos –lo que somos y lo que nos gustaría- cuando decimos que la
autoestima no está en su sitio). Este concepto en ocasiones se forma de un modo
espiral: “como hago esto soy esto….y….como soy esto hago esto”. Nos catalogamos
nosotros mismos por nuestro comportamiento y puesto que tenemos un
comportamiento nos catalogamos nosotros mismos, cerrando así una espiral que
hace que no sepamos muy bien donde empieza lo que somos y donde termina lo que
hacemos.
Con un ejemplo será más claro:
“Carlos acudió una tarde a su dietista,
pensando en que debía hacer algo para comenzar a controlar su peso. Cuando
realizaron la entrevista inicial, entre otras, cosas su dietista se interesó
por sus hábitos de alimentación y deporte encontrando respuestas como:
-Nunca
he hecho deporte.
-Anda,
y por qué?
-Porque
yo soy así.
-Cómo,
cómo eres?
-Soy
poco activo, siempre lo he sido, es mi forma de ser.
-Y
por qué crees que has sido siempre poco activo?
-Pues
porque no hago nada de deporte.”
Parece una conversación muy tonta pero
podría ser real. Cuando le pregunta por qué no hace deporte responde que porque
no es activo, y cuando pregunta que por qué no es activo responde que porque no
hace deporte. Es decir, lo que es pregunta pasa a ser respuesta y viceversa. En
este caso Carlos se habría autocatalogado (colocado una etiqueta) por su
conducta para más tarde explicar su conducta por su etiqueta, o viceversa.
Las catalogaciones que hacemos de
nosotros mismos y que pertenecen a ese concepto que tenemos de nuestro yo
tienden a mantenerse muy estables por muchas razones, pero yo resaltaría un
para de ellas:
1) Si nosotros estamos catalogados y tenemos
catalogados a los demás ya no tendremos que luchar con la incertidumbre, que
como decíamos es poco tolerada por el ser humano. Ya sabemos lo que somos y lo
que tenemos delante. Tensión eliminada.
2) En muchas ocasiones nos ayudan a evitar o
facilitar cosas. “Como yo soy así y los demás lo saben pues no tendré que hacer
esto o lo otro; o como yo soy así alguien hará esto por mí”. “Como soy muy
nervioso y mis compañeros de clase lo saben, ya harán ellos la presentación del
trabajo por mí, porque si no todos tendremos mala nota”.
Con respecto a la dieta nos puede
aparecer varias etiquetas sobre nosotros mismos que no nos favorecen para nada,
como: “yo soy gordito” (¿no sería mejor “yo estoy gordito”?, “soy muy poco activo”, “soy indisciplinado para
seguir una dieta”, “soy comilón”, “soy poco constante”, etc.
Para cada una de estas etiquetas que
hemos puesto como ejemplo podríamos encontrar encrucijadas del tipo:
-Soy
poco constante
-¿Por
qué?
-Porque
nunca termino nada de lo que empiezo.
-Y
por qué haces eso, ¿por qué nunca terminas lo que empiezas?
-Porque
no soy constante.
Ahí está servida la pescadilla que se
muerde la cola.
¿Y
qué podemos hacer?
1) En primer lugar, tenemos que localizar
las etiquetas que tenemos sobre nosotros mismos: vamos a repasar todas estas
excusas que ponemos a la hora de explicarnos a nosotros mismos y explicar a los
demás por qué no conseguimos hacer las dietas. A través de estas excusas
podremos llegar al tipo de etiqueta que nos hemos (o nos han) colocado.
2) Vamos a centrarnos en cada una de las
etiquetas por separado, una por una.
a. Por ejemplo “soy poco activo”. Podemos
probar a salir una tarde a hacer un poco de deporte, si lo hacemos significará
que no somos inactivos sino que estamos inactivos,
que preferimos no hacer deporte pero que si lo proponemos, como cualquier cosa,
podremos hacerlo.
b. Podemos cambiar nuestro lenguaje, esto
puede cambiar nuestra actitud: Cambiaremos el “soy poco activo” por el “era
poco activo”.
c. Podemos estar muy atentos a las
excepciones a la etiqueta, así cuando nos descubramos haciendo algo contrario a
la inactividad (por seguir el ejemplo) podremos tener algunas evidencias para
combatir nuestra etiqueta. Esto deberíamos hacerlo de una manera muy activa,
estar muy pendientes de “pillarnos” en esa excepción.
d. Decide lanzando una moneda ser o no lo
que dice tu etiqueta. Por ejemplo, lanza el próximo lunes la moneda. Si sale
cara serás lo que dice la etiqueta, si sale cruz harás lo contrario. De esta
forma descubrirás lo arbitrario que puede ser el valor de la etiqueta, puesto
que si es algo tan voluble que puede ser modificado a placer pues entonces no
será algo tan constitutivo de nosotros mismos como algo meramente accidental.
e. Busca qué cosas evitas hacer gracias a
cada una de tus etiquetas, y que cosas consigues gracias a las mismas. Una vez
las tengas localizadas haz justo lo contrario. Si el ser olvidadizo hace que tu
mujer sea siempre quien haga la compra tu etiqueta “olvidadizo” tenderá a
acompañarte siempre. Proponte de vez en cuando ser tu quien hace la compra, de
esta forma “ser olvidadizo” dejará de tener recompensa y dejará de tener fuerza
para mantenerse como etiqueta en tu concepto de ti mismo.
Hay una infinidad más de cosas que se
pueden hacer para ir eliminando nuestras etiquetas, las negativas claro.
Comienza a quitarte este peso y a tu
dietista le costará poco trabajo hacer que la báscula deje de tratarte de usted
y empiece a tutearte ;)