Licenciada en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca.
Especialista en Máster de terapia familiar y de pareja por la Universidad de Salamanca.
Número de colegiada: CL-03654
La alimentación puede causarnos
dificultades tanto por exceso como por defecto. La obesidad infantil ya ha sido
un tema abordado con anterioridad, sin embargo, lo que hoy os planteo son las
dificultades que muchos padres de hijos “malos comedores” afrontan a diario.
Este es un tema que alarma mucho
a los progenitores, el hecho de que un niño no coma como “es debido” asusta por
la posibilidad de verse afectada su salud y desarrollo. Si pensamos por un
momento lo que suele suceder en estos casos es que la alimentación se restringe
a muy pocos alimentos y a veces las cantidades pueden ser pequeñas para su
edad, sin embargo no podemos perder de vista que el niño come. ¿Qué
quiero decir con esto? Pues que si partimos con miedo de que pueda enfermar,
nuestro margen de maniobra a la hora de acabar con este problema se verá
disminuido por no decir que desaparecerá.
En primer lugar sería necesario
descartar la posible existencia de cualquier enfermedad que esté interfiriendo
en el apetito, eliminando esta opción tendremos claro que habrá que abordar
otros temas.
Para empezar, forzar al niño a comer no es la solución,
esa es una batalla perdida. Seguramente la hora de la comida suponga una agonía
para todos los miembros de la casa. Es lo primero que se debe modificar, los
padres han de hacer caso omiso a ese momento, olvidar el miedo a “la que se
pueda montar” y actuar con seguridad, los niños lo perciben enseguida.
Debemos conseguir cambiar el cómo
se ha relacionado hasta ahora el pequeño con la comida, para ello hemos de enseñarle que la comida es interesante,
que se puede disfrutar de ella, incluso llegar a ser divertida.
Ya que forzar a comer algo que no
nos gusta no es la solución, la
aproximación a nuevos alimentos ha de ser paulatina, hemos de averiguar las preferencias
de cada niño y qué alimentos semejantes que no consumía previamente se pueden
ir incluyendo.
Es muy útil involucrarle a la
hora de la preparación de la comida, no sólo en el momento de cocinarla,
también confeccionando un menú y en su compra.
Es más fácil que el niño acepte
nueva comida si previamente se ha acordado con él y ha colaborado en su
elaboración, desde luego no vamos a dejar que el menú sea elegido
exclusivamente por él, los padres han de tomar la última decisión pero
previamente se pueden escuchar sus sugerencias y por ejemplo, a la hora de
comer se puede poner un primer plato que no le guste tanto con un segundo que
le agrade, lo mismo con la cena. Buscaremos
su compromiso, las primeras veces que pruebe algo nuevo con algún premio y
también se establecerán las consecuencias
de no cumplir con su nuevo compromiso.
Si a la hora de la verdad el niño
no cumple su parte del trato y no se come el menú que hemos acordado
previamente con él, entonces es el momento de retirar algún privilegio que no
tenga que ver con la comida. Esto ha de hacerse sin entrar en discusiones,
recordándole que ya se había hablado con él de esto y que conocía lo que iba a
pasar si no cumplía su parte del trato. NADA MÁS, no hay que dar más
explicaciones.
Por otro lado es importante que
los padres atiendan a una serie de cuestiones que son fundamentales y que
tienen que ver con lo que ocurre en el momento de la comida:
-¿existe un horario que marque
las horas de las comidas? Las rutinas hacen el mundo predecible y todo más
sencillo.
-¿comemos todos juntos?, es un
buen momento para servir de ejemplo y de modelo a seguir.
-¿está la televisión encendida?
En ese caso sería necesario apagarla para que os pudierais centrar en lo que
está ocurriendo. La hora de la comida es un tiempo que se puede aprovechar para
educar a los niños.
-¿es un rato agradable? ¿Podéis
relacionar el momento de comer con tiempo de disfrute?
-¿el niño está distraído con otra
cosa?
Modificar un hábito siempre
requiere tiempo y grandes dosis de paciencia pero si se persiste y no se pierde
de vista el objetivo la meta está al alcance de todos.
He de añadir que no nos ha de
pasar inadvertido que los niños no disponen de la capacidad de expresión que
tienen los adultos, suelen manifestar las cosas que les ocurren y preocupan de
una forma distinta y un medio que pueden utilizar es el momento de comer, en
ese caso sería recomendable buscar la ayuda de un profesional con el fin de
evitar que el problema vaya a más.