jueves, 25 de abril de 2013

Soltando el lastre de antiguas dietas y otros "peros"


AUTOR Rubén Pérez Elvira
Psicólogo



Los seres humanos somos perfectos anclándonos en el pasado. 
Algo debe haber de excepcional para que esto ocurra porque lo cierto es que lo hace en todos los ámbitos de nuestra vida. 
Quizás sea la seguridad de lo cierto, ante lo incierto del futuro, y es que desde luego el homo sapiens no está diseñado para ser tolerante con la incertidumbre.

Cuantas veces hemos aconsejado a algún amig@ sobre “olvidar un desengaño amoroso”, o le hemos animado a “pasar página por alguna vieja disputa”, o le hemos “insistido para que venga con nosotros a una cena de amigos prometiéndole que no sería como aquella última vez…”.

La forma en que el ser humano se enfrenta a su realidad está mediada por su interacción con el mundo, el futuro y el propio yo. De esta tríada, llamada tríada de Beck, parten, quizás, todos los filtros con los que cada uno de nosotros percibe la realidad y a través de los cuales organizamos nuestra actuación sobre ella.

En esta entrada nos centraremos en parte en el yo de la tríada de Beck.

A lo largo de nuestra historia vamos acumulando experiencia, experiencia de todo tipo, que no tiene porqué ser ni mejor ni peor, es tan sólo la nuestra. Pero poco a poco, esta experiencia nuestra nos va dando la base para interpretar la realidad que nos rodea y lo que nosotros haremos en ese medio, en esa realidad. Así, no significa lo mismo la palabra “mar” para una persona de Ribadesella (o cualquier otro pueblo costero) que para alguien de Guijuelo (o cualquier otro pueblo del interior). Las vivencias que cada uno de los habitantes de uno y otro pueblo han tenido referidas al mar son, con toda probabilidad,  muy diferentes, y de este modo la misma palabra evocará recuerdos bien distintos.

Pero bajemos a un nivel más cotidiano. Cualquiera de nosotros que haya ido una vez a la ópera y no le haya gustado, que haya ido por segunda vez con el mismo resultado, e incluso haya acudido por tercera vez sin diferencias en el resultado pensará que es algo poco divertido y no volverá, y sin embargo mucha otra gente disfruta de la ópera. Puede que en el primer caso se trate de alguien que ha tenido tan mala suerte que a las tres sesiones de ópera que acudió resultaron ser representaciones de óperas menos divertidas, más serias o más “duras”, casualidad o no esto habrá configurado sus conductas futuras relativas a la ópera. Esta persona habría establecido un filtro, sí, un filtro porque sólo deja pasar parte de lo que seguramente sea la ópera, y es a través de ese filtro por el que percibe la ópera como algo aburrido, y  desde esa percepción que ha generado programa su conducta en relación a la ópera (no volver nunca más)… Que experiencias tan distintas habrán tenido las personas del segundo caso, los amantes de la ópera, ¿verdad?.

Un motivo muy bueno, buenísimo, para no someternos a una intervención dietética es de hecho haber tenido ya experiencia con muchas dietas. Esto es lo mejor para aprender a no hacer dieta…haberla hecho muchas veces. Parece paradójico ¿no?, que el tener mucha experiencia con dietas nos haga más difícil hacerlas.

Claro, llegado cierto punto y tras mucho esfuerzo y poco rendimiento ya hemos aprendido que hacer dieta es pan para hoy y hambre para mañana, aunque a lo que estamos acostumbrados con las dietas es más bien a lo contrario: hambre para hoy y pan para mañana. De esta forma, nuestro filtro sólo deja pasar información del tipo “perderé peso ahora pero ya lo cogeré más adelante”.


Es este un lastre tremendo a la hora de aligerar nuestro peso: tener bien aprendido que la dieta es igual a esfuerzo pero no siempre a rendimiento.

Nuestro propio yo se ve atado a otros pesos que ralentizarán o pararán nuestro avance hacia la consecución de nuestros objetivos, en este caso nuestro peso ideal.

Todos tenemos un concepto de nosotros mismos que hemos ido creando a partir de la experiencia y de nuestra relación con nuestro medio. Este concepto se compone de lo que somos y percibimos que somos, y de lo que querríamos ser (y es cuando hay mucha distancia percibida entre ambos –lo que somos y lo que nos gustaría- cuando decimos que la autoestima no está en su sitio). Este concepto en ocasiones se forma de un modo espiral: “como hago esto soy esto….y….como soy esto hago esto”. Nos catalogamos nosotros mismos por nuestro comportamiento y puesto que tenemos un comportamiento nos catalogamos nosotros mismos, cerrando así una espiral que hace que no sepamos muy bien donde empieza lo que somos y donde termina lo que hacemos.


Con un ejemplo será más claro:
“Carlos acudió una tarde a su dietista, pensando en que debía hacer algo para comenzar a controlar su peso. Cuando realizaron la entrevista inicial, entre otras, cosas su dietista se interesó por sus hábitos de alimentación y deporte encontrando respuestas como:

-Nunca he hecho deporte.
-Anda, y por qué?
-Porque yo soy así.
-Cómo, cómo eres?
-Soy poco activo, siempre lo he sido, es mi forma de ser.
-Y por qué crees que has sido siempre poco activo?
-Pues porque no hago nada de deporte.”

Parece una conversación muy tonta pero podría ser real. Cuando le pregunta por qué no hace deporte responde que porque no es activo, y cuando pregunta que por qué no es activo responde que porque no hace deporte. Es decir, lo que es pregunta pasa a ser respuesta y viceversa. En este caso Carlos se habría autocatalogado (colocado una etiqueta) por su conducta para más tarde explicar su conducta por su etiqueta, o viceversa.


Las catalogaciones que hacemos de nosotros mismos y que pertenecen a ese concepto que tenemos de nuestro yo tienden a mantenerse muy estables por muchas razones, pero yo resaltaría un para de ellas:




1)      Si nosotros estamos catalogados y tenemos catalogados a los demás ya no tendremos que luchar con la incertidumbre, que como decíamos es poco tolerada por el ser humano. Ya sabemos lo que somos y lo que tenemos delante. Tensión eliminada.
2)      En muchas ocasiones nos ayudan a evitar o facilitar cosas. “Como yo soy así y los demás lo saben pues no tendré que hacer esto o lo otro; o como yo soy así alguien hará esto por mí”. “Como soy muy nervioso y mis compañeros de clase lo saben, ya harán ellos la presentación del trabajo por mí, porque si no todos tendremos mala nota”.

Con respecto a la dieta nos puede aparecer varias etiquetas sobre nosotros mismos que no nos favorecen para nada, como: “yo soy gordito” (¿no sería mejor “yo estoy gordito”?, “soy muy poco activo”, “soy indisciplinado para seguir una dieta”, “soy comilón”, “soy poco constante”, etc.

Para cada una de estas etiquetas que hemos puesto como ejemplo podríamos encontrar encrucijadas del tipo:

-Soy poco constante
-¿Por qué?
-Porque nunca termino nada de lo que empiezo.
-Y por qué haces eso, ¿por qué nunca terminas lo que empiezas?
-Porque no soy constante.

Ahí está servida la pescadilla que se muerde la cola.



¿Y qué podemos hacer?

1)      En primer lugar, tenemos que localizar las etiquetas que tenemos sobre nosotros mismos: vamos a repasar todas estas excusas que ponemos a la hora de explicarnos a nosotros mismos y explicar a los demás por qué no conseguimos hacer las dietas. A través de estas excusas podremos llegar al tipo de etiqueta que nos hemos (o nos han) colocado.
2)      Vamos a centrarnos en cada una de las etiquetas por separado, una por una.
a.       Por ejemplo “soy poco activo”. Podemos probar a salir una tarde a hacer un poco de deporte, si lo hacemos significará que no somos inactivos sino que estamos inactivos, que preferimos no hacer deporte pero que si lo proponemos, como cualquier cosa, podremos hacerlo.
b.      Podemos cambiar nuestro lenguaje, esto puede cambiar nuestra actitud: Cambiaremos el “soy poco activo” por el “era poco activo”.
c.       Podemos estar muy atentos a las excepciones a la etiqueta, así cuando nos descubramos haciendo algo contrario a la inactividad (por seguir el ejemplo) podremos tener algunas evidencias para combatir nuestra etiqueta. Esto deberíamos hacerlo de una manera muy activa, estar muy pendientes de “pillarnos” en esa excepción.
d.      Decide lanzando una moneda ser o no lo que dice tu etiqueta. Por ejemplo, lanza el próximo lunes la moneda. Si sale cara serás lo que dice la etiqueta, si sale cruz harás lo contrario. De esta forma descubrirás lo arbitrario que puede ser el valor de la etiqueta, puesto que si es algo tan voluble que puede ser modificado a placer pues entonces no será algo tan constitutivo de nosotros mismos como algo meramente accidental.
e.       Busca qué cosas evitas hacer gracias a cada una de tus etiquetas, y que cosas consigues gracias a las mismas. Una vez las tengas localizadas haz justo lo contrario. Si el ser olvidadizo hace que tu mujer sea siempre quien haga la compra tu etiqueta “olvidadizo” tenderá a acompañarte siempre. Proponte de vez en cuando ser tu quien hace la compra, de esta forma “ser olvidadizo” dejará de tener recompensa y dejará de tener fuerza para mantenerse como etiqueta en tu concepto de ti mismo.


Hay una infinidad más de cosas que se pueden hacer para ir eliminando nuestras etiquetas, las negativas claro.

Comienza a quitarte este peso y a tu dietista le costará poco trabajo hacer que la báscula deje de tratarte de usted y empiece a tutearte ;)